miércoles, 8 de febrero de 2012

El actor característico. Fernando Soto Mantequilla



El actor característico.
Fernando Soto Mantequilla


Tomado de el libro: Pedro Infante. Las leyes de querer. Carlos Monsivaís (Ed.Aguilar, Raya en el agua, 2006). Derechos Reservados que yo no poseo.

Los cómicos que acompañan a Infante le resultan indispensables no nada más por las ventajas comparativas-la compañía del feo al guapo lo realza-sino porque impiden lo que sería fatídico : la atención monomaniaca de los espectadores sobre el ídolo y su pareja en el film. Los villanos no suelen importar porque se sobreactúan, y son criaturas del grand-guignol ( grandes excepciones en nosotros los pobres: Miguel Inclán, el portero marihuano, y Jorge Arriaga, el asesino de la prestamista). Y entre los escuderos cómicos ninguno mejor que Mantequilla. Él reelabora la herencia  de su padre, Roberto Soto El Panzón, figura enorme del teatro frívolo en las primeras décadas del sigo XX mexicano. Si por desgracia apenas quedan los vestigios del trabajo filmico del Panzón Soto (la corte del faraón, La estatua de carne), se dispone de muchísimo de Mantequilla, impulsado por Infante, del que será el complemento perfecto en los tres García, la barca de oro, Soy charro de Rancho Grande, Los tres huastecos y Ustedes los ricos. También, es el escudero de David Silva ( Esquina bajan, Hay lugar para dos, Campeon sin corona), y alcanza el climax en La ilusión viaja en tranvía de Luis Buñuel. No hay personaje popular que Mantequilla no asimile y proyecte de modo igual y gozosamente infiel: es cobrador de camión, peón entrometido, noble asistente del campeón de box, vago del billar, sacristán, integrante de una cooperatvia de camioneros, cobrador de tranvías, bracero... Y su habilidad trasciende siempre los roles asignados.

Mantequilla es el fondo rumoroso del humor popular, el rostro mofletudo de todas las disculpas, el acento del Arrabal, la pequeña insolencia castigada con levedad, el que no se deja intimidar por los llamados de la valentía. Es muy conocido y pasa inadvertido. Más tarde, gracias a la televisión y los videos se aclara su felicidad interpretativa que desbarata las identidades abstractas, y su maestría en los razonamientos que van y vienen, caricaturas de la elocuencia inalcanzable. Es, como sus compañeros, y respeten la metáfora " un caballo de Troya" del público. Si no, ¿Para qué está en la pantalla? Si la espectadora sólo se acerca a Mantequilla por la risa, el espectador aprovecha la oportunidad única: Mantequilla es su embajador en el reparto y se le  paga con la moneda a su disposición: "Claro que no soy Mantequilla, mano, a mí no me chotean, pero el Mante me cae tan bien que cuando puedo lo imito".

Mantequilla es el tono golpeado del vencido de antemano; es la mitificación de la burla (admite el vilipendio para que le den oportunidad de hablar); es un registro excelente del sonido popular que la industria imita y falsifica; es la aceptación regocijada del físico sin atractivos; es la emanación del rechazo que nunca desciende al resentimiento. Únicamente el clasismo que penetra en todos los estratos sociales, impide durante un largo periodo alabar el arte de Mantequilla, tarea que hoy emprendo.

Tomado de el libro: Pedro Infante. Las leyes de querer. Carlos Monsivaís (Ed.Aguilar, Raya en el agua, 2006). Derechos reservados que yo no poseo.

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